Autoría:
Diego Armando Mazorra Correa
Hernando Rojas
Center for Communication and Democracy – University of Wisconsin-Madison
Introducción del Paper:
Existe una sensación de crisis de la confianza institucional y de la democracia liberal en el mundo. La legitimidad y confianza en la idea de un estado liberal y democrático disminuyen, incluso en países que se consideraban democracias estables. Cada vez más, las personas ven a las instituciones con menos confianza e incapaces de resolver desafíos como la desigualdad de ingresos y la corrupción. En consecuencia, líderes populistas capitalizan este descontento, proponiendo soluciones drásticas que, aunque inicialmente parecen atractivas, tienden a socavar la estabilidad institucional y la capacidad del estado de mejorar las condiciones de vida.
Latinoamérica no es la excepción, en lo que algunos autores han llamado recesión democrática, algunos países se orientan más a la desconsolidación (Latinobarómetro, 2023). Pero ¿es este el panorama que ocurre en Colombia? Después de un momento de renovación democrática en torno a la Asamblea Constituyente de 1991, surgieron nuevas corrientes en derechos y deberes ciudadanos que permitieron expresiones políticas y populares, la ampliación del espectro de partidos políticos, movilizaciones sociales y diversos procesos de paz, que exitosos o no sugerían otra historia. Contrario a lo esperado, en Colombia parecemos tener ciertos grados de estabilidad, con peculiares características de la cultura política que apoyan el ideal democrático.
Según Foa y Mounk (2016), la “desconsolidación” de la democracia ocurre por un distanciamiento entre ésta y las ideas liberales que la fundamentan. Esto se puede rastrear en tres fenómenos: la incapacidad de los estados liberales para mejorar las condiciones económicas de grandes sectores de la población, la falta de confianza en las instituciones liberales y la pérdida de una idea de nación que antes sostenían los medios de comunicación masiva. Estas tendencias contribuyen a una crisis más amplia de legitimidad. Para abordar esta pregunta de la crisis de confianza democrática, conceptos como el de cultura política (Almond y Verba, 1963, 1989) ofrecen claves para entender cómo, en marcos democráticos como el colombiano, la orientación ciudadana puede limitar o fortalecer la participación activa en la solución de problemas colectivos.
Almond y Verba (1963) teorizaban que existen tres tipos principales de cultura política divididas en torno a cómo los sujetos se orientan hacia los objetos políticos: parroquial, de súbditos y participante. En las culturas parroquiales de clanes con poca interacción institucional, el sistema político no se percibe como una entidad autónoma, y las expectativas hacia los líderes políticos son mínimas. En las culturas de súbditos como las monarquías, los ciudadanos tienden a interesarse por los resultados que produce el sistema político, pero su capacidad de influencia sobre las decisiones es limitada. Por otro lado, las culturas de participación se distinguen por una ciudadanía activa, donde las personas intervienen tanto en los resultados que esperan del gobierno como en los procesos que los generan, definiendo las prioridades políticas, el tipo de gobierno deseado y los líderes que buscan representar sus intereses.
En varios países de América Latina las reformas constitucionales dieron paso a una apertura democrática que dejaba atrás las dictaduras militares que plagaron el continente. Al mismo tiempo, algunos países con democracias establecidas han preferido elegir, como jefes de gobierno, a líderes populistas con poco respeto por la constitución o los derechos. Además, en otras regiones la gente se ha visto desconectada de las decisiones políticas de lo que empiezan a identificar como élites corruptas, en especial con decisiones de gobierno que no pueden hacer nada por controlar la economía global. Este escenario refleja una separación entre dos ideas que antes parecían complementarias: hoy se observan regímenes autoritarios con prácticas liberales, y democracias con rasgos crecientemente iliberales (Foa & Mounk 2016 y 2017, Mounk, 2018).
Foa y Mounk, analizando los datos del World Values Survey, recolectados entre 1995 y 2014, identificaron una “desconsolidación” democrática. Así, la cultura política democrática requiere, como ya lo señalaron Almond y Verba en 1963, de la participación ciudadana, sin embargo, ésta ha venido disminuyendo en la mayoría de los países con voto libre (ed. consultada de 1989). En estos contextos, se observa un aumento de la abstención electoral y una reducción de las asociaciones a las que las personas pertenecen, al punto que las personas juegan solas a los bolos, como lo expresó Putnam (2000) en su célebre metáfora. Aunque Inglehart (2016) y Norris (2017) comentan que no todos los países sufren de este mal, o que la actitud cínica hacia la democracia es muestra de una alta cultura política ciudadana, el panorama apolítico actual es claro. Desde Brasil hasta Hungría, el descontento con la democracia parece ser mayor, más allá del nivel educativo o la situación económica de la ciudadanía.
Para comprender estos procesos, es necesario desarrollar marcos explicativos contextuales que permitan analizar la crisis democrática y la cultura política, implementando nuevas dimensiones al análisis, como la polarización o los efectos del entorno social y mediático en la cultura política. En ellos, la mera existencia de estructuras democráticas, como en la Constitución de 1991 en Colombia, puede resultar insuficiente para definir el tipo de cultura política nacional (Almond & Verba, 1989; Verba, 2015). Pese a tendencias globales de homogeneización, las diferencias nacionales siguen siendo clave para entender las particularidades de cada sistema político (Rojas & Valenzuela, 2019). Este enfoque resulta crucial para entender la actual crisis de legitimidad y confianza en las instituciones en medio de las transformaciones del entorno político, las predisposiciones individuales y los consumos mediáticos en una ecología informativa transformada por el auge de Internet y las redes sociales (Shah et al., 2017).
Siguiendo el debate sobre la desconsolidación de la democracia, ¿qué muestran los datos de la cultura política nacional? En las encuestas a la opinión pública sobre comunicación y política, observamos como un primer síntoma, que para el año 2018, el 58% creía que la calidad de vida en Colombia había empeorado con relación al año anterior, y para el 2022 esta cifra se ubicó en el 79%. Además, el problema percibido como el más importante es la corrupción. Si las personas caen en una tendencia hacia percibir de forma negativa la calidad de vida, un posible resultado es la apatía en la participación. Las personas, en especial los jóvenes, no sólo dejan de participar, sino que se tornan más cínicos con la democracia y los valores de este sistema político, planteando o bien desinterés o apoyando alternativas autoritarias, hasta que termina por perderse el apoyo al sistema de valores que sustenta la democracia liberal (Foa & Mounk, 2016 y 2017).
En el caso colombiano, se ha observado una cultura política participativa, pero con poca adhesión a valores democráticos que se refleja en un segundo síntoma de falta de confianza en las instituciones liberales. Así, desde los modelos de participación democrática de la Constitución de 1991 (Pontificia Universidad Javeriana y Registraduría Nacional del Estado Civil, 2018) se ha promovido una mayor participación ciudadana. Sin embargo, esta se combina con un imaginario negativo de la política y desconfianza en las instituciones, poco interés en los asuntos públicos y una combinación de socialización e información política entre los nuevos espacios digitales y las tradiciones políticas (Cárdenas, 2017).
Cultura-politica-y-desconsolidacion-democratica-en-Colombia-1PUBLICACIONES RELACIONADAS:
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